FEDERICO
Barranco de Viznar. Despavorida
luna de agosto. Estrellas que se espantan
como caballos cuando ven la sangre.
Un corazón se rompe entre aves ciegas
acribilladas en la noche,
y estremecen los ecos de los ecos
las últimas almenas de la nieve.
Pero algo queda en pie. La trayectoria
de la muerte se abisma,
y hay algo a lo que nunca alcanza el plomo.
Así, sobre esa sangre queda incólume
un laurel encendido,
un cisne irrepetible,
una piedra de amor para memoria
de un escarnio. Y más, queda un viviente
que aún ama, canta, ríe. Una escritura
recorrida por sombras de palomas
heridas que de algún modo nos salvan.
¡Devuélvenos, Granada, la esperanza!
Alza tus cimas de blancor perenne sobre
la sordidez de tus barrancos. Y esa
cumbre más alta, ¡no la olvides!, que da
sus aguas a los arrayanes como a los
corazones. Todavía, ¡mira!, nos los está
purificando, más lejos cada noche de
aquella inmolación
¡De aquel agosto!
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